Tuesday, June 18, 2013


Crónicas del Trabajo

No sé a donde fui todo este tiempo. Agosto, Septiembre, Octubre, Noviembre, Diciembre que ya casi termina. Todo este tiempo con la idea fija de que tengo 90 chicos de ojos marrones y distintas edades. Que me han adoptado 90 chicos que de alguna forma me pertenecen. Algunos de ellos vienen con valijas repletas de infancias prolongadas y otros con miradas de adultos y peluches sin ojos, con manos gastadas en cuerpos pequeños.

Mis niños de quinto grado se sientan en sus bancos todas las mañanas en la clase. Sacan el cuaderno y el libro de lectura. Llevan camisetas de fútbol los niños y camisas blancas de princesas aztecas las niñas.
Mi trabajo es de profesora, de “seño,” pero me he sentido madre de más de uno. Como cualquier madre, muchas tardes siento que hoy les he fallado a estos niños.
Me pregunto por qué no me hacen caso, por qué corren por los pasillos de la escuela, por qué no siempre quieren aprender. Olvido mi propia infancia.
Salgo de esa escuela con el bolso cargado de libros y papeles que vuelven el paso mas lento. Me frustro cuando se olvidan partes en los exámenes, me alejo de ellos cuando me piden mucha atención y me les acerco cuando me ignoran. Pierdo la paciencia con sus padres, que me los mandan con hambre a la mañana y asustados. El episodio mas reciente fue cuando el padre de uno se quedo dormido con el cigarillo prendido, y casi quema la casa.
Les enseño estudios sociales y  español, que es un idioma que se pierde y que se olvida acá en el Norte.

Aveces a mis chicos ya no les interesa hablar en el idioma de sus padres y se adhieren mas al idioma de los países civilizados. Tal vez se adhieren a las promesas del american dream donde todo es posible if you work hard enough. El sueño de ver la nieve caer sobre países civilizados. Así le decía mi mamá a este país, cuando nosotros vivíamos en el sur. Desde ese sur “paredón y después“ como cantaba Piazolla en sus tangos, a la nieve la mirábamos en las películas.  La nieve que cae infinita y lentamente, silenciosamente hoy a la noche, mientras escribo esto en mi cuarto pequeño de Nueva York.

Les decía, tengo un estudiante cuyo padre se duerme con cigarrillos prendidos.  A mi estudiante le gustan las rancheras, por que es la música que escucha su mamá en la casa, pero ya no habla español. No me habla en ingles tampoco. Los sobresaltos del lenguaje.

A veces me lo quiero llevar a casa a ese niño, envuelto en una sabana blanca.

El esfuerzo de avanzar, de escuchar, de esperar, de comprender los balbuceos y los gritos de recreo, de tener, de pertenecer. del amor. De la lengua. todo. siempre. requiere una pausa.

Así es la vida acá en el Norte.

Tengo doce días de pausa en espera de la Noche buena. Cae la nieve lenta y silenciosamente en Nueva York. Entonces hay lugar, otra vez, para los recuerdos del sur. Memorias de la Navidad en Buenos Aires, donde es verano en Diciembre. Las contradicciones de las fiestas en el sur donde es verano. Arboles sintéticos decorados con esferas brillantes. Muñecos de Santa Claus de plástico en los techos, los fuegos artificiales alumbrando la noche. El pollo con papas y mayonesa. Todo en un contexto de humedad y calor. La marea del río de La Plata que baja en el Verano, dejando metros y metros de arena precediendo el agua.

Hoy que encontré tiempo volví a recordar al puerto de Olivos y la playa de mi infancia. Rescaté esos momentos cuando mi mamá me llevaba a mi y a mi hermana a caminar por el puerto y por la playa, antes de entrar a la escuela. Cuando podíamos sentirnos dueñas de la playa antes del mediodía. Y en ese entonces, sentirse dueñas de la playa era como sentirnos dueñas del universo, lo que es sentirse arena y rio, y alga y pez, y puerto, y perro vagabundo, y viento húmedo, y nube.

Después con el tiempo esa playa cerró, y la arena bajo mis pies se empezó a contaminar cómo el agua del río, hasta que el municipio tuvo que cerrarla, o dejársela a los militares.

Otro recuerdo: Cuando yo nací, no había guita, dinero, no había un mango en mi casa. Y mi mamá que me tuvo en el hospital Británico de Buenos Aires, apenas se pudo levantar de la camilla, me envolvió en una sábana blanca y se fue conmigo, sin pagar la cuenta del hospital. Por que los médicos cobran demasiado, y dar a luz, nacer, debería ser gratis, como el aire.

Arrebato de sábanas blancas. La silenciosa nieve.
Allá lejos y hace tiempo, acá en el norte, todavía las memorias del sur.



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